Viviendo el psicoanálisis

    He dudado sobre esta frase, que habré escuchado en mi seminario algunas veces, no más de cinco veces diría yo. 

    Quise retomar el blog como un proyecto que me permitiera compartir mis textos o porciones de ellos, sin la necesidad de contratar un dominio y pagar por su administración. Aunque a lo largo de los años acumulé experiencia en programación de páginas web, tengo muy escaso conocimiento en todo lo demás. Aquellos conocimientos que se requieren para llevar una idea al siguiente nivel en cuanto a su difusión, no pude encontrarlos. Así que me regresé sobre mis pasos para buscar no solo la inspiración, sino los medios físicos y digitales a mi alcance. 

    Creo haberlo dicho antes, en otro lugar, el mundo de hoy gira y evoluciona a una velocidad inimaginable para mí. No tengo idea de lo que la gente busca o cómo lo encuentra. Por ello, lo que encontré más lógico es un refugio en mi propia pequeña esfera de interacciones. Donde, después de algunos esfuerzos me hallé relativamente seguro y cómodo. 

    Y dentro de esa esfera de interacciones, me vuelvo a mi propio pasado para buscar atender mis necesidades presentes, en cuanto a una meta a corto y largo plazo. 

    Creo haberme desarrollado profesionalmente dentro de un contexto pesado, pero con las garantías que se pueden lograr en mi contexto histórico, cultural y social. No tengo quejas al respecto, sino que tranquilamente puedo decir que gozo de un trabajo estable. Un trabajo que no cualquier persona podría desempeñar, y del cual no quiero detallar en este momento. 

    Pero dentro de este contexto histórico particular, aquella experiencia que viví de manos de la Doctora Silvia Heyser Guerrero y el Centro de Investigación y Estudios Lacanianos, sigue provocando un eco en mi. Algo cambio en mí, no sé si decir para bien o para mal. Creo que todo depende de la perspectiva. 

    En un sentido estricto, no puedo sino agradecer aquel carácter juicioso que adquirí en mi formación como psicoanalista. De los tres años que compartí en dicho instituto, bajo la tutela principalmente de la Doctora Heyser, aquella búsqueda inquebrantable por la verdad que me constituye como sujeto humano, fue motivo tanto de miedo como de goce. He escrito "sujeto humano", por no decir "sujeto de lo inconsciente", que para mí adquirió un valor crucial al momento de definir una hipotética figura humana. Y es que, tanto mi goce como el goce ajeno, paso a formar parte de una aproximación a mis semejantes. 

    Claro está que aquella influencia dejó sentir su efecto años después de haber concluido mi relación con toda la escuela. Creo que pasaron tres años después de terminar mi seminario, cuando pude notar que mi carácter entero se había visto influido por aquellas enseñanzas, que no pretendían hacerme discípulo de nadie, ni adquirir un ciego amor por Freud y su obra. Mientras escribo esto, me doy cuenta cómo el psicoanálisis se volvió algo tan íntimo para mí, como compartir un café con un viejo amigo. 

    Dudé por momentos si hablar de la experiencia viva del psicoanálisis valía la pena por lo vivido y experimentado de la mano de la Doctora Heyser y su grupo de discípulos. Y ciertamente lo vale, pero aún así dudé. Pues para mí, las palabras no son solo palabras. Soy yo jugado en ellas. En aquello que sale de mi boca o que se desliza entre mis dedos, estoy yo comprometido, soy parte de mi decir. Dudé porque me siento incapaz de semejante tarea, y aún así no solo escribo esto, sino he publicado un libro sosteniendo la tesis fundacional del psicoanálisis. Puesto en palabras diferentes a las de mi primer libro, por cuanto gozo de algo, yo no soy quien se sostiene en la vida; la vida es la que me sostiene. 

    Caray, aunque no quiera, a veces escribo como Lacan. 

    La vida es la que me sostiene, y eso no sin dolor. 

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