Salud mental, entre la identidad y la política

POLÍTICA, LENGUAJE Y SALUD MENTAL 

             Existen múltiples contradicciones en la promoción de la salud mental. Y debo decir, contradicciones llanas, no paradojas. Para exponerla debo señalar que la salud mental es un valor promovido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el brazo médico de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), o bien también podemos aproximarnos a la OMS como el organismo internacional último en el sentido jerárquico que se encarga de velar por el cuidado de la salud a nivel internacional, emitiendo recomendaciones a las naciones conforme a sus informes, emitidos por expertos de diferentes nacionalidades; quienes también publican los manuales diagnósticos que le permiten a los profesionales emitir diagnósticos a condiciones específicas que afectan la salud de las diversas poblaciones que conforman el mundo humano. Repito, este organismo internacional nace por la necesidad de las muchas naciones de contar con una guía en cuestión de salud, entendiendo la salud como un estado de bienestar físico y mental; pero se inserta en la estructura del mundo actual (2023) como parte de la historia de las organizaciones mundiales, a partir de la creación de la ONU u Organización de las Naciones Unidas.

              La ONU, por su parte, nació de los deseos multinacionales de paz, a partir de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto bélico que duró de 1939 a 1945, que cobró la vida de millones de personas y en el cual participaron casi todos los países del mundo. La guerra terminó entre septiembre y octubre de 1945, no hay un consenso o acuerdo único al respecto de la fecha exacta, pero para octubre de ese mismo año diversas naciones acuerdan la creación de un Organismo que sustituya a la antigua Liga de las Naciones, otra organización de diversos países que tenía como fin evitar una Segunda Guerra Mundial. Siendo que el primer organismo internacional que buscaba evitar una gran guerra, había fallado en su objetivo, se crea un segundo órgano internacional con la esperanza de cimentar la paz entre los pueblos. Y con esta esperanza, la asamblea general de las Naciones Unidas forma un documento que pretende definir la figura humana en sus posibilidades y formas éticas, o en otras palabras lo que puede o no puede esperar un ser humano de los grupos que lo preceden, hablando tanto de Estados como religiones u otros grupos. 

            La Declaración Universal de los Derechos Humanos ha sido un documento fuertemente cuestionado desde sus orígenes, pues atenta directamente en contra de la identidad cultural y la autonomía de muchas naciones que acostumbran desarrollar sus vidas fuera de aquellas propuestas extranjeras que pretender regular lo que ellos no son. Es decir, señalar un ideal de vida humana desde una cultura puede ser directamente opuesto a lo que otra cultura vive. O bien, otro ejemplo sería como si en una plática un vecino nuestro, que acostumbra pelear con su esposa, llega a acuerdos con su propio hermano sobre su propia violencia, y con esos acuerdos pretendiera vigilar la relación que yo tengo con mi esposa. La violencia que dirige a su esposa no se detiene, el hermano de aquel vecino sabe que el prometió dejar de agredirla, y yo en ningún momento me he acercado a él como para darle a entender que yo busco unas leyes, que el mismo vecino no sigue, para regular mi propio matrimonio. 

            Actualmente tanto la función de los Derechos Humanos, como la autoridad de la misma ONU ha sido cuestionado, y no solo por "gobiernos dictatoriales" o "crueles asesinos de masas"; sino que su posición de meros observadores al respecto de los múltiples problemas que afectan a la sociedad humana o su mera presencia para velar por los derecho humanos, deja un hueco en el criterio general sobre la verdadera función tanto de la ONU, la OMS, como de los Derechos Humanos. 

             Pero dejando a un lado la historia y conflictos lógicos o funcionales de los Derechos Humanos, supongamos por un momento que no solo sean buenas propuestas sino viables o posibles en la vida de las personas. Supongamos así, que lo mejor para una persona es que pueda gozar de salud, libertad, su vida, etc.; y que todas estas propuestas fueran definidas clara y contundentemente por la ONU, de tal modo que no exista diferencia alguna entre lo que la ONU quiere y lo que las personas quieren del mundo. Supongamos por un momento que eso sea posible. 

              Uno de los derechos básicos e "inalienables", o bien que no se pueden cancelar, es que cada persona tenga y defina ella misma una identidad, y de igual modo que cada grupo de personas puedan definir sus valores de manera autónoma e independiente de los Estados que le dan lugar en el tiempo y el espacio. De tal forma, se entiende que una parte fundamental de los rasgos más básicos del ser humano es que aquel pueda decir "yo soy" y junto con ello pueda señalar a un grupo que refuerza ese decir, o bien un "yo pertenezco" que le dé sentido a ese sujeto humano en un particular momento y lugar en la historia humana. 

              Creo que hasta aquí pudiéramos todos aplaudir el empeño de la ONU, defender el derecho de la identidad es defender al sujeto humano en su individualidad, es reconocer la necesidad de un sujeto que pueda hablar por si mismo, por sus experiencias y a partir de ellas reconocer su particular forma de ver el mundo y vivir la vida. Sin embargo, resulta contradictorio que la misma ONU emita desde una de sus oficinas representantes, recomendaciones que atenten contra ese derecho humano básico. Hablo aquí de la OMS. 

              A partir de las reuniones de la ONU, nace la OMS en 1948 para vigilar y defender la salud como un derecho también básico. Pero al momento de buscar extender los límites de aquello que se entiende por salud a lo que se definió de manera externa y superficial como "salud mental", ocurren complicaciones particulares. Pero primero me gustaría explicarme. 

            Cuando digo "definición externa" de la salud mental, me refiero a que el vocablo "salud mental" suele tener diferentes concepciones o ideas centrales entre grupos e individuos, o incluso puede ser totalmente sustituido por otras palabras mucho más sencillas como paz, tranquilidad o felicidad. Por ejemplo, las organizaciones de médicos estadounidenses (American Psychiatric Association) consideraban la homosexualidad como una enfermedad mental, y si bien el libre uso del cuerpo propio para el disfrute personal forma parte central de la identidad de las personas, quedando fuera de los cuadros diagnósticos en 1973 para los psiquiatras norteamericanos y hasta 1990 para la OMS(1); aún existen comunidades en diversos países o Estados o comunidades reguladas por el odio hacia las manifestaciones particulares de la libertad individual. 

             Siendo así, estas palabras de uso común como paz, tranquilidad o felicidad, pueden ayudarnos a definir superficialmente aquello que las autoridades médicas señalan con el concepto o las palabras "salud mental"; pero si bien yo fallo al momento de definir satisfactoriamente la "salud mental", nadie puede negar que dentro los grupos de profesionales de la salud, ya sean médicos o psicólogos, se habla de salud mental como un ideal, al menos. Esta separación entre un publico general y uno especializado nos refiere o apunta a una complicación elemental, que hasta cierto punto ya la he insinuado, y es que si bien las palabras comunes "paz, tranquilidad o felicidad" se pueden entender superficialmente desde la perspectiva propia, varían infinitamente de significado de tiempo en tiempo y de persona a persona. Yo podría tener como sinónimo de tranquilidad una sesión de lectura o video juegos, mientras que el contenido de mi lectura o de mis juegos de video pueden ser señalados por otras personas como "malas, indeseables" o  hasta "enfermas".

              Hablando de la definición común o usual de palabras de uso cotidiano. Podríamos pensar que cuando la OMS define a la salud mental, eso nos salva de poder interpretar la definición a nuestro gusto y conveniencia, para así descansar sobre las palabras de las autoridades sanitarias mundiales. Pero mucho me temo que así no es como funciona el ser humano en su relación particular con el lenguaje. 

              Y es que al momento de señalar y nombrar un evento, fenómeno o hecho, recurrimos a nociones personales y grupales, nociones que NO se anulan la una a la otra. Y he ahí una buena aproximación a lo que quiere decir ser "profesional". Una persona estudiada es aquella que ha adquirido más de una opinión acerca de una cosa, y así poder emitir una opinión educada o culta. Sin embargo, a veces las opiniones educadas buscan repetir a la fuerza las opiniones que aquellos mismos han leído y con lo que concuerdan personalmente, a fin de controlar las interpretaciones que los "no estudiados" hagan de las cosas que ocurren en el mundo. Como si dijeran "yo tengo la razón, porque he adquirido más conocimientos y experiencias que tu al respecto de eso". Ejercicio de poder que no siempre viene de los profesionales, sino que a veces es demandado por la sociedad en general. "Si tu sabes, di algo sobre esto... ", pues de no ser así, ¿para qué servirían las universidades? Además de que en esta dinámica, entre la opinión educada del profesional y la suya propia puede haber un ocultamiento; o bien, no es raro encontrar que los profesionales dejen de emitir sus propias opiniones para repetir lo que han leído en autores reconocidos, siendo el valor de ellos definido por el numero de autores citados o la fidelidad de la cita que pretende definir un problema o los elementos de un problema. 

              Esto debido a que los grupos no se forman a petición de otros grupos, sino para atender las necesidades más básicas de los individuos. Siendo así, la influencia de los organismos últimos o instituciones internacionales, se ve cada vez más mermada o disminuida a medida de que un sujeto o grupo se enfrenta a un problema práctico de su realidad. Y esto es una descripción de un fenómeno no malo, sino real y concreto del contacto entre el ser humano, las instituciones que ha construido a lo largo de l historia de su especie y una realidad indefinida y demandante al momento. Una realidad que no puede esperar a una resolución administrativa institucional, sino una resolución práctica y básicamente instantánea de los dilemas de la vida. 

LA SALUD MENTAL COMO REPRESENTANTE DE LO SAGRADO

                Me acabo de dar cuenta de algo. Estuve trabajando el texto “Historia de una neurosis demoniaca del siglo XVII”. En este historial clínico, derivado de una historia de supuesta posesión demoniaca, Freud expone el registro histórico de un pintor que afirmó que había vendido su alma al Diablo, buscando el auxilio de las autoridades religiosas para no cumplir lo que él mismo señalaba como un “pacto con el Diablo”. 

En aquel registro, conocido como el “Tropheum”, hecho por los sacerdotes que atendieron al pintor y que se complementó con dos pinturas del desdichado artista sobre su contacto con el Diablo, se señala que el pacto era un tanto extraño. En dicho contrato, el pintor ofrecía su alma a cambio de ciertas libertades que el mismo se iba a tomar. Había escuchado de pactos demoniacos donde el Demonio ofrecía fortunas, dominios, saberes u otras cosas a cambio del alma del deudor; pero en este caso no fue así. Básicamente el pintor primero buscó el permiso o la bendición del Diablo para vivir libremente, se me ocurre mencionar o nombrar “su concupiscencia”; para luego buscar la ayuda de la Virgen Maria y el testimonio de dos sacerdotes y evitar así pagar al Diablo el precio por sus libertades “concupiscientes”. 


Y es que esta palabrita “concupisencia”, es bastante peculiar e interesante. Según el diccionario podemos relacionar esa palabra con un deseo “intenso” o “desagradable”, ya sea a que un deseo desagrade a Dios o a quien lo gesta… al deseo, no a Dios. Ahí hay una relación extraña entre el uso de la palabra y las voluntades que la usan, pues bien puede usarse la palabra “concupiscencia” para apropiarse de la voluntad de la figura divina e imponer, a la porción de la humanidad que se deje, un peso sobre el libre goce que cada quien tiene sobre su propio ser. 


Y aquí antes de señalar a individuos pestilentes que busquen apagar el goce de la humanidad tras una sotana, me gustaría señalar el hecho de que no importa el contenido de un discurso, sino que dicho discurso haga eco en determinadas personas, aunque estas personas no se encargen de sostener una determinada corriente de pensamiento, sea político, religioso, médico o de autoayuda. En otras palabras, aquí quiero ubicarme en un sentido opuesto al materialismo histórico, en cuestión del uso de la palabra como un acto de ejercicio de poder, desde a quien se destina dicho ejercicio o bien a quien busca controlar y no señalando ese empeño de control como un acto injusto e inutil. Es decir, no busco atacar de alguna manera el ejercicio de poder implícito en el uso de los términos especializados y las autoridades que hacen uso de aquellos. Por ejemplo, un médico podría decir que la masturbación es el peor acto que alguien podría cometer hacia su propia salud; y esta condena no solo encontrará eco o afirmación en gente tanto que ejerce la medicina como que no es doctor, del mismo modo que esa misma declaración también encontrará una fuerte oposición en diferentes sectores de la población, tanto cultos como incultos. Un médico sería un prácticante de la medicina, yo no soy médico, no tengo preparación en dicha ciencia y desconozco los detalles de su práctica, por lo que yo mismo tenderé a creerle y a buscar entre sus prácticantes una opinión sobre lo que pasa con mi cuerpo. Y a pesar de eso, pese a que reconozco la importancia de la práctica médica, las opiniones de aquellos en temas diferentes a lo que yo quiero escuchar de ellos no me interesa. Siguiendo este ejemplo, podría yo visitar a mi médico de confianza, presentarle una serie de síntomas y preguntarle su opinión médica; pero no iré con el doctor a preguntarle sus intereses políticos o deportivos, a menos de que sea mi amigo pero eso daría otro giro a la interacción y sus opiniones como amigo no serían de mi interes en mi problema médico. Es mi necesidad la que funda mi relación con mi doctor, y lo mismo aplica con todas las autoridades que conforman un espectro social particular. No es el poder de la autoridad, sino las funciones que los demás le atribuyen; ya sea efectivas o teóricas. 


En un sentido discursivo, un individuo podría hablar conforme los valores que le dán sentido a su mundo, y dicho contenido podrá extenderse hacia todos lados en el alma colectiva humana, para encontrar tanto aceptación como rechazo. No es un asunto de verdades únicas, universales e incuestionables; sino de subjetividades y del eco en la colectividad. En el alma de las masas o en la cotidianeidad política conviven los más diversos discursos, sin que uno pueda decir con claridad “he aquí el cristianismo puro” o socialismo o feminismo o tantos otros ismos; en estado puro e inmaculado, sin tendencias o sesgos particulares. Y no por ello dejamos de vivir en medio de grupos e individuos que sostienen sus discursos e identidades grupales fuertemente, pues en ello hay una ganancia para ellos, y aunque no lo parezca, también para el conjunto. Todo en medio de un intercambio de fuerzas que nos facilita una concepción dinámica del lazo social, entre el “yo soy” y el “tú eres” y el “nosotros somos” y el “ellos son”. 


Es ahí donde estas u otras palabras sirven para buscar la unidad, tras el ocultamiento de la subjetividad. O bien, no creo cometer un crimen al ligar la palabra “concupiscencia” con la palabra “culpa”. Sin la correspondiente culpa por un acto realizado u omitido, dudo mucho que podamos aproximarnos a la palabra concupiscencia o sus derivados. 


Tampoco pienso que sea extraño para nuestra época relacionar la concupiscencia con la supuesta “salud mental”, y es aquí donde pido paciencia al lector, me explicaré. En un sentido institucional, ambas palabras o términos son o apuntan casi a la misma cosa, palabras que pretenden señalar lugares desde donde se ejerce un poder hacia las personas y que justifica tanto ataques hacia ciertas personas, como la búsqueda del sometimiento de determinadas personas a poderes institucionales que existen como representantes de un bien mayor, y que algunas voluntades señalan como poderes que “no deberían existir” puesto que su ejercicio “no ha aportado avance alguno a la humanidad en su relación con la vida”. Aquí, nuevamente, la humanidad divide sus opiniones. 


Y aquí, antes de asumirme como un anarquista más, debo señalar que hay funciones reales y hasta obvias tanto de la religión como de la psiquiatría, pero una cosa es para lo que sirven y otras cosas son para las cuales son usadas, y el ejercicio del poder es una de las peores; entendiendo el “ejercicio del poder” como el aplastamiento de un ser humano por otro. En el momento en el que un sacerdote usa el discurso religioso para procurar la paz entre los individuos, o ayuda a aliviar la consciencia de un culpable por medio de una expiación, o en el momento en el que un psiquiatra ayuda a calmar al ansioso ya sea química o discursivamente; ahí es donde cada representante de un poder pone en evidencia para lo que existen sus organizaciones. Lo que no es lo mismo que sacerdotes inciten a creyentes de una religión para “limpiar el pecado del mundo” sacrificando la vida de aquellos que no pertenecen a su religión, o bien psiquiatras pidiendo más recursos públicos porque “los índices de salud mental en todo el mundo no ven mejoría”. Como si los creyentes por el simple hecho de afiliarse a un grupo fueran automáticamente buenos, lo que muy probablemente sí aporte ganancias económicas para los líderes de cualquier culto; o como si aportando más dinero para los psiquiatras, las estadísticas en relación a la satisfacción con la vida de sus pacientes fueran a mejorar. Enfatizo que esa satisfacción no es de los psiquiatras ni de los cuerpos médicos colegiados con su disciplina; sino de los pacientes con su propia vida; he ahí la experiencia subjetiva que se encuentra bajo la máscara institucional de la “salud mental”. Es decir, ¿puede un ser humano decir sin remordimientos o miedo al ataque colectivo “estoy feliz conmigo mismo o conmigo misma”? Preguntas similares pueden aplicarse con “mi trabajo me hace feliz”, “no cambiaría nada en mi vida… aunque mi papá acaba de morir, estoy feliz y plenamente satisfecho con su muerte”, “disfruto plenamente de mi tristeza” o “estoy llorando tan placenteramente, déjame sola hijo”. ¿No es la autocomplacencia un peligro más de la sociedad infundida de salud mental?, ¿Hasta que punto es posible y justo pedirle a un ser humano sacrifique las cosas que le dan sentido a su vida para así probar su humanidad? La realidad humana no necesariamente se verá reflejada en estadísticas, o bien podemos falsear la información y mentirnos incluso a nosotros mismos. 


            El dilema de la psiquiatría moderna es similar a la crisis de valores que tuvieron los sacerdotes católicos a su entrada a las sociedades nativas en América. “¿Porqué estos no tienen miedo del Diablo?”, se preguntaban sujetos que sostienen la creencia en una figura demoniaca frente a todo un mundo de sujetos que no sabían que tenían necesidad de un Demonio. Así, los psiquiatras se preocupan porque pese a todas las terapias y tratamientos existentes, psicológicos o químicos, las estadísticas de “salud mental” se sostienen sin afectación alguna en casi todas las sociedades donde descansa el estudio estadístico de los trastornos mentales y la influencia monopólica de la psiquiatría y su salud mental. Mientras que la sociedad en general más que preocuparse y seguir a los psiquiatras en su angustia, disfrutan ampliamente de lo que los psiquiatras llaman “signos de enfermedad mental”. Desde las adicciones hasta los celos, la gente prefiere auto diagnosticarse de Trastorno Obsesivo Compulsivo o Déficit de Atención y reunirse a grupos para “aprender más sobre su enfermedad” y así justificar sus acciones o fallas frente al resto de la población, mucho antes de buscar una eliminación de su “condición”. Después de todo, las palabras “enfermedad mental” han servido, bajo el amparo del alcoholismo y sus Alcohólicos Anónimos, como sinónimo de “condiciones incurables, progresivas y mortales”. Es decir, que dado que no se curan, las “enfermedades mentales” son situaciones bajo las cuales los enfermos pueden condicionar a las personas a su alrededor a una “tolerancia” o silencio que muchas veces sostiene a criminales de todos los niveles de peligrosidad. Desde el ladrón ocasional que roba a sus familiares para drogarse y calmarse su síndrome de abstinencia; hasta el alcohólico violador que ronda en bares, buscando la oportunidad de aprovechar la menor seña de una consciencia alterada para llevar a un chico o chica al baño y cometer su acto con toda la violencia que le sea posible. Y por eso ¿es peligroso salir? Claro, como todos los días. ¿No es posible prevenir? Prevenir no es un acto de salud mental, sino parte de la naturaleza humana. ¿Es posible hacer algo desde el abordaje psicológico o psiquiátrico? Creo que aquí está implícita otra pregunta ¿para qué sirve la psiquiatría y la psicología?, ¿es su objetivo eliminar el peligro en el contacto entre seres humanos?, ¿es su función brindar satisfacción en la vida de los seres humanos cuando son ellos mismos los que cancelan esa posibilidad?, ¿es la tarea de la psicología o la psiquiatría definir y vigilar las condiciones bajo las cuales cada persona vivirá su vida?, ¿son las dos disciplinas mencionadas los nuevos acólitos de la dignidad humana? Y si esto es así ¿cual será el costo para todos?, ¿cuanto les faltará para hacer una nueva Inquisición? Sino es que todo su movimiento entero ya comparte algunas características con aquel movimiento católico que pretendía salvar a la humanidad de los incrédulos y sus actos a costa de la vida de aquellos.


            No es el Diablo quien quiere que pequemos, entendiendo el pecado más como una forma de decir "yo gozo de mi vida" que como un atentado a la ley del Otro, somos nosotros los que queremos hacerlo y no pagar el precio por nuestros actos. Gozar sin consecuencias. Qué lindo suena eso.


            Y es que al final, lo quiera la psiquiatría o no, el problema se limita a un asunto de creencia. ¿Creemos en la psiquiatría o no?, ¿creemos en lo que nos inspira o evoca las palabras "salud mental"?, ¿cual es la diferencia exacta entre la demanda de salud mental a las personas y la promesa del cielo a los creyentes?, ¿pretende una ser sustituto de la otra como empeño de orden social?


            Ahora, si se trata de creer, ya sea en la buena voluntad del terapeuta o en la posibilidad de una solución sin sujeto o una humanidad sin deseo, y ambas como una forma de ahorrarnos la responsabilidad de tomar una decisión. ¿Que escogemos creer? 

            Si tenemos a la salud mental como una propuesta del positivismo filosófico, un ataque o cuestionamiento a los valores morales que representa el pensamiento religioso o a los límites impuestos por la religión tanto a los individuos como a los pueblos, es simplemente por la intención de sustituir el papel que tiene ese mismo discurso como eje rector en la formación de la identidad. 

            Dicho esto en sentido psicoanalítico, el discurso psiquiátrico de salud mental es una forma de buscar sustituir al padre o tomar el lugar del discurso del padre, o bien una manifestación del Complejo de Edipo. Es como si la OMS dijera a cada persona: "Tu no sirves para determinar lo bueno y lo malo. Es mejor que yo, con mis valores científicos y universales, determine lo que es correcto para todos". Es en el "para todos" dónde está tanto la fortaleza como la mayor debilidad del discurso de la salud mental, y dónde podemos ver claramente el empeño que nace de la envidia entre el positivismo científico y la religión. 

            El positivismo filosófico o científico, buscando definir "lo bueno en sí", elabora nuevos marcos de referencia para las relaciones humanas, sin poder dejar de fomentar la culpa entre la humanidad, que no halla cabida entre los valores religiosos o "científicos". Cuando escribo, "no halla cabida" quiero decir que ninguna forma de valor predeterminado puede señalar claramente lo que un individuo tiene que hacer para sobrevivir. 

            Las demandas de la vida para cada organismo de la especie humana son específicas y las alternativas para afrontarlas también se limitan a las herramientas que tanto la experiencia como la creatividad han brindado a cada sujeto. Es decir, los empeños de definir lo bueno y lo malo como formas de evitar el conflicto chocan directamente con las formas en las que la humanidad en su conjunto definen y solucionan el conflicto que representa vivir, y esto lo hace cada sujeto a veces reduciendo sus posibilidades de interacción a un marco referencial de "bueno - malo" bastante simple o sencillo, posiblemente incorrecto desde el punto de vista psiquiátrico, pero práctico al fin y al cabo. 

            Ya sea abrazando los mandamientos de la religión o de la psiquiatría con su conductismo y "mindfulness", algunos seres humanos buscan descansar en la continuidad de una perspectiva que le dio vida a las generaciones pasadas o que son "aprobadas por un experto"; sin reconocer el costo que dichas soluciones implicaron para las generaciones pasadas o el precio que tendrá que pagar por abrazar la visión de la ciencia. 

            Basta con ver el video dedicado a la "promoción de la salud mental" de la OMS (2), para contemplar como las autoridades sanitarias mundiales buscan someter a otros criterios o experiencias sociales y subjetivas o individuales, a valores que ni siquiera podemos presumir "a ellos les han servido", sino que ellos representan; y hacen esto sin reconocer las diferencias más fundamentales entre ambas experiencias frente a la vida, la comunitaria y la individual. La manifestación más típica de este conflicto está en la brecha generacional, es decir entre los valores de los padres y las nuevas experiencias de sus hijos. Básicamente es una forma tierna y bastante inocente de decir "sométete a nosotros, yo sé mejor que tu y tu familia lo que es bueno para ti". Que bien podemos cuestionar, si es cierta dicha aproximación, invitación o promesa ¿porqué no se la lleva a cabo? Justamente, porque para llevarse a cabo una "Cobertura sanitaria universal para la salud mental", estorba una idea que no puede ser nombrada por médicos, que la salud no es una obligación sino un derecho, y que aún la enfermedad física puede ser un acto voluntario de sujetos que se valen de ella para obtener una ventaja frente a sus semejantes o frente a las instituciones.  

Referencias: 
1. https://www.lavanguardia.com/historiayvida/mas-historias/20220517/8270249/que-paso-17-mayo-1990-celebramos-hoy-dia-transfobia-pmv.html 
2. Cobertura sanitaria universal para la salud mental: 
https://youtu.be/3fGUwM0PGBs?si=PMOIJF_0851WxwUn

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